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¿Se debe defender el español?



¿Se debe defender el español?

Comúnmente uso un sinnúmero de anglicismos en mi vida. Desde cidi, dividi, güolmart, aipod, etc. Quizás por la naturaleza extranjera de los vocablos y la nula existencia de algún equivalente en español, la pronunciación que prefiero al pronunciar esas palabras es la pronunciación “original”. Sin embargo, me rehúso totalmente a decir parquear, dado que en mí existe un modelo en español muy marcado que me “indica” que lo “correcto” es estacionar. Sin embargo, al referirme a las cocheras digo felizmente garach. Esa ambigüedad en mi forma de aplicación de las “normas” es lo que me llama la atención. ¿Por qué me rehúso a usar ciertos anglicismos y no presento la misma resistencia a otras palabras igualmente “incorrectas”? A mi parecer, la decisión es totalmente ajena al hablante, ya que lo que decide qué es lo “correcto” y qué lo “incorrecto” es la lengua, el sistema completo unifica criterios, es la misma lengua la unidad “normalizadora” de sí misma.

Desde que empezamos a tener contacto con la lengua —y en el presente trabajo no me interesa saber el momento preciso de tal evento— que llegará a ser la lengua materna, ya estamos tomando una pequeña porción del pastel que es el sistema de la lengua española. Mis padres son de Veracruz y yo nací en el puerto, y obviamente, mis primeros contactos con la lengua fue la lengua de mis padres y mis familiares cercanos. Para mí era tan común escuchar y decir: Voy en ca tu tía. Esa fue la pequeña porción del pastel lingüístico que me tocó tener. La porción se agranda cuando el hablante adquiere ciertos conocimientos, es “instruido” en escuelas y colegios, es “educado”. Dejé de decir que gueno está por que bueno está. Al ingresar a la primaria y hasta mi llegada a la ciudad de México, lo que yo llamaba exacto era una navaja cortadora para papel, y a mi llegada a la ciudad de México tuve que cambiarle el nombre, ya no era un exacto, ya era un cuter. Este último cambio, de región a región, fue más traumático en cuanto a dialectología se refiere. Desde la clásica pregunta de la señora que vende en la esquina: ¿de qué quiere su quesadilla joven? con su respuesta ingenua ¿cómo de qué? Pues de queso, obvio ¿no? La diferencia clara en el dialecto de Veracruz entre una quesadilla y un taco de guisado, en mi nuevo contexto resultaba difícil de asimilar.

Lo mismo sucedió cuando, ya acostumbrado al dialecto defeño, entre en contacto con otros dialectos, ahora más alejados. La clásica pregunta en un restaurante mexicano a la mesera para pedirle la cuenta del consumo Señorita, ¿me podría traer la cuenta?, correcto en todo México, en Bogotá resulta risible, lo mismo que en España. Y también, escuchar a un colombiano advertirle al conductor de un taxi en México que tenga cuidado con los policías acostados y ver la cara de incredulidad del conductor, también es risible. Entonces ¿cómo poder decidir qué es lo correcto? ¿Cómo podemos decir defender el español, si no se decide primero cuál es el correcto uso del mismo?

A pesar de todas las diferencias dialectales, aún me puedo entender fácilmente con un chileno, un colombiano, un español, un nicaragüense y, quizás con un poco más de trabajo, con un argentino. Las diferencias dialectales son muchas, pero como dice Lope Blanch, existe un código común a todos nosotros que es la base para la comunicación. Ese código común incluye la mayoría de las reglas gramaticales, palabras y uso de ellas en un idílico español estándar. Sin embargo, las diferencias de pronunciación sí se encuentran mucho más pronunciadas, desde la clara diferencia de pronunciación entre c,z y s de los hablantes de español de España, hasta la tendencia del mexicano de acentuar en grave y de alargar la última sílaba de la última palabra empleada en una oración o frase. Sin embargo, difiero con Lope Blanch en su punto de vista de que se debe “defender” el “buen uso” del español. Lope Blanch hace clara la diferencia entre las normas locales que deben aplicarse localmente y la idílica norma estándar del español, que sería el conjunto de normas que aplican a todos los hablantes, sin importar las diferencias culturales, geográficas, económicas, etc. Sin embargo ¿cómo llegar a esa norma ideal? En cuanto se lograra llegar a un estado “ejemplar” de la lengua, ya habrá surgido otro uso o forma que aplicará a todos los hablantes y que se debería de incorporar a la norma, quedando siempre incompleta y sujeta a múltiples modificaciones.

Esa búsqueda de la norma es la que persigue la RAE, y afortunadamente, la misma academia ya se dio por enterada de que la persecución de tal es imposible, de ahí sus esfuerzos ya no para prescribir, sino describir la lengua. Sin embargo, esta descripción también ha quedado trunca en ciertos sentidos, ya que la academia aún continúa sin describir ciertas áreas del pastel linguistico, como las áreas referentes a vocabulario soez o como es recogido en el diccionario académico, vulgar. Para mí, lejos de restarle mérito o prestigio a una institución como la RAE, la inclusión de todas las acepciones de una voz le daría mayor prestigio académico. La RAE serviría entonces como un depósito de la riqueza del lenguaje. Esta parece ser el objetivo, sin embargo, aún no lo logra, ya que, según Moreno de Alba y los estudios que presenta sobre el prestigio lingüístico del español, el español hablado en Madrid sigue siendo considerado, aún en México, como el “mejor” español. No creo que algún miembro de la RAE defienda esto último, pero me parece que más de uno debe de tener bien grabado el prejuicio del español madrileño como el mejor.
Ahora bien, suponiendo que se llegara a una descripción total del español, de este español idílico, común a todos los hispanohablantes, ¿se debería defender este español modelo frente a los “ataques” de otras lenguas, en especial la lengua del imperio, como dice Moreno de Alba sobre el inglés? A mi parecer, no se debería defender este modelo de lengua, ya que de lo contrario, la lengua se quedaría estancada, no habría prestamos lingüísticos ni semánticos, no se meterían al sistema palabras nuevas, el español moriría. Supongamos que la academia existiera hace diez siglos y que se hubiera completado la descripción del uso de la lengua peninsular, ¿seguiríamos hablando protoromance? ¿Existiría la diferencia entre el habla de Madrid y el habla de México? Creo que la RAE cumple su función de recopiladora, y la debe seguir cumpliendo, más como tesoro de la lengua que como norma de lo correcto y ejemplar de la lengua. Cada dialecto, dice Moreno de Alba, tiene su propia corrección y su propia ejemplaridad. La lengua expulsa de su sistema las “modas” y los extranjerismos, y la misma lengua incorpora los extranjerismos necesarios y transforma los extranjerismos que serán necesarios, como el famoso caso de un cartagenero llamado Usnavy, en honor del buque encallado en el puerto colombiano. La corrección gramatical también será propiedad de la lengua, y aún si a un oído con cierta “educación” le resulta molesto escuchar haiga, puede que debido al uso, la entidad recolectora de la lengua, la RAE, lo acepte como “excepción” válida en la región. Para mi la lengua no necesita defensores, la lengua por el simple hecho de poder comunicarnos unos con otros, es la que se enriquece a sí misma, y al enriquecerse, vive. Quizás también la “defensa” del español por la RAE se haga inútil y ciertos dialectos continúen unidos por el uso, vocabulario y pronunciación y otros se “pierdan” y se forme una nueva lengua, como le podría suceder a la lengua en ciertas zonas, como el habla de Buenos Aires, que ya es difícil entender en estos momentos y se necesita una atención extra para comprenderlo. Se dirá que aún puedo leer un documento escrito en cualquier lugar de hispanoamérica sin problemas, lo cual es cierto, pero ¿qué la lengua escrita no es una derivación de la lengua hablada? Lo que define a una lengua de otra es la capacidad de comunicación efectiva usando un código común, y si el código de la lengua hablada se pierde, aún usando el mismo código escrito ¿se puede seguir llamando la misma lengua?
Por lo pronto seguiré escuchando mi aipod y comprando en el güolmart. Escribiré mi dialecto cómo me “educaron” a hacerlo, pero aún no sé si aceptaré parquearme en vez de estacionarme.

Joel Vargas Domínguez
7 de diciembre de 2007

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