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Sobre el racismo en Ayotzinapa


(Publicado originalmente en Medium:
https://medium.com/@CheJoel/sobre-el-racismo-en-ayotzinapa-6b3c61e3d481)

Si, ayer fue el día. Ayer dejé el activismo de escritorio, el poner tuits con contenido social, el repostear en Facebook lo que considero causas justas. De repente es bueno hacerlo. Me recuerda que las injusticias, el dolor ajeno, tiene nombre y cara. Y uno aprende. Ve más. Complejiza el mundo en el que uno se desenvuelve. Comprende cosas que desde la pantalla no se ven. Se pierden en la maraña digital.

Ayer fue uno de esos días de aprendizaje. El crimen de lo que sucedió hace un año en Ayotzinapa, Guerrero, es una cuestión que queda fuera de duda. Cuarenta y tres desaparecidos y varios muertos en unos eventos criminales que han removido, espero, aguas en la sociedad mexicana. Había ido a otras marchas por Ayotzinapa. Había visto a los padres desgarrarse de dolor por no saber donde están sus hijos. Sin embargo, ayer vi otra cosa. Ayer vi a los normalistas. Ayer vi a los compañeros de los chicos desaparecidos. Y es sobre eso de lo que va este post.
En la marcha, un grupo de chicos estaban formados detrás de los padres. Han sido los padres quienes que con justificada razón han recibido toda la atención. Sin embargo, estos chicos ahí están. Y comprendí, me cayó el veinte, parte de las causas del crimen que hicieron contra ellos.
Y creo que una de las causas fue el racismo. Los chicos de la Normal de Ayotzinapa son morenos, bajitos de estatura. Miden creo en promedio menos de 1.70 m o alrededor. Visten con ropas sencillas que asocio con el campesino. Pantalones oscuros, camisas claras, deslavadas pero limpias. Zapatos de trabajo o tenis gastados. Cabello corto, casi casquete corto. A pesar de que van a una escuela, no vi a ninguno con lentes. Los lentes, quiérase o no, marcan una diferencia. Se asocian con una vida intelectual “más elevada”. Es parte de los estereotipos que tenemos. Así son ellos, sin lentes. Y son jóvenes. Unos niños. Son chicos. Un adolescente de su edad en la ciudad se ve más grande.
Y es ahí donde creo que está una de las causas. Son diferentes a nuestro ideal de persona. Son “indígenas”, “parecen albañiles”, “mira qué inditos”. Las personas que valen la pena en México, las que entran en la categoría de ciudadano son diferentes. Podemos ser morenos, de la “raza cósmica”, pero la de la ciudad. Letrados. Consumidores de lo que nos ofrece el mundo. “Ciudadanos de la aldea global” dice una categoría que me molesta cada vez más. Si, eso somos. Y por eso que los chicos de Ayotzinapa no encajan en lo “mexicano”, en el “mestizo” modelo hijo de la Revolución.
Es por ello que creo que lo que les hicieron a los desaparecidos es muestra de nuestro racismo soterrado, afincado en lo hondo de nuestra “mexicanidad”. Sus formas diferentes de entender y ver las cosas no encajan con las nuestras. ¿Por qué no quieren ser como nosotros nos preguntamos escandalizados? Yo me pregunto, ahora, ¿qué nos hace “mejores” que ellos? Absolutamente nada. A los chicos de Ayotzinapa los desaparecieron porque son diferentes. Y no lo toleramos. No lo toleran las “buenas gentes” de las ciudades. No lo toleran las élites locales, blanqueadas, urbanas, con expectativas como las nuestras: mejor casa, mejor carro, más dinero, viajes. Más blancos. Más europeos, más gringos. No los toleramos nosotros, porque son diferentes. Porque no comparten nuestras expectativas de bienestar. Porque ellos tienen otras prioridades, como mejorar su parcela, mantenerse en el campo. ¿Y qué no quieren “superarse”? Cada vez me pregunto qué demonios significa eso de la “superación”.
Más que “apoyarlos” en su búsqueda, deberíamos, en primer lugar pedirles perdón. Por nuestra insensibilidad. Por nuestra arrogancia. Por nuestra indiferencia. Por nuestro egoísmo. Por nuestra ceguera. Ayer aprendí eso. Que el crimen contra los chicos de Ayotzinapa fue cometido por unos cuantos, que sin duda deben ser castigados. Pero también fue cometido por mi y por todos quienes hemos regateado a la señora que vende frutas en la calle. A la “indita”, la “madrecita”, que viene a vender los frutos de su tierra. Fue cometido por quienes hemos mantenido la distinción de un ellos y nosotros. El crimen lo hicimos quienes en esta triste sociedad queremos ser “menos nacos”, “más letrados” y no comprender que eso no nos hace mejores personas. De hecho, creo que nos envilece.
Hay que encontrar a los chicos de Ayotzinapa, castigar a los culpables, y que el Estado responda a las omisiones, a los crímenes. Que responda por su total indiferencia y cinismo. Pero también debemos de reflexionar más profundo. ¿De verdad somos diferentes que nuestros gobernantes? Es por ello que creo que hay que pedir perdón. No solo los culpables, sino todos nosotros. De verdad, pensar y pedirles perdón. A sus familias y también a ellos, a los que siguen vivos.

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