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El Maratón que no corrí

Hoy no corrí el maratón. Si, con todo el dolor de mi corazón no participé. 
Hace un par de días fui por mi paquete de competición, ya sabemos, la bolsa, regalos —más bien muestras— de los patrocinadores, y la playera. Una bonita playera con una gran X en la espalda. El ambiente de la fiesta del maratón se sentía y aún así sabía ya que no correría el día de hoy. 
¿Por qué no corrí? Por básicamente dos eventos que interrumpieron mi entrenamiento y que me llevaron a aprender algo de ser corredor que no sabía de mí mismo. 
Veamos: Después de mi entrenamiento de 24 km, que tocaba en junio, el cual hice y me sentí muy bien, y pues después de un domingo de 24 km, tocaba trote suave el martes, a principios de julio, así que salí a trotar al Parque Hundido... si, ese que está en Insurgentes al sur, el mismo donde el inteligente mirrey delegado de la Benito Juárez cercenó un trozo del parque para hacer un baño para perros. Los dueños de los perros de la zona, la "gente bonita", lleva a sus perros y los encierra, defecan, y se van los lindos dueños... sin limpiar. Total, que el baño de perros, que debería mantenerse limpio, ahora es una porquería. Los dueños de los perros ya no los meten ahí... me imagino, por como huele, que debe ser para evitar llenarse de excrementos sus lindos zapatitos de diseñador de centro comercial. Total, que en esa zona que el delegado cercenó, había un sendero que servía para entrenar y alargar la pequeña ruta de cemento, y que compartíamos felizmente perros, corredores y los siempre existentes noviecitos besucones. 
Regresando a mi entrenamiento de ese día después de mis 24 km, al correr en el parque, la distancia ahora tiene que ser toda en cemento. Hay un pequeño senderito de grava atrás de los juegos infantiles. Total que me metí, troté y al salir y brincar el bordecito, zas, pisé el borde y solo sentí como tronaba mi tobillo. Para ser sinceros, no me dolió mucho, ya estaba caliente después de 3 km, así que paré y caminé a mi casa. 
Después de llamadas a mi amiga fisioterapeuta Rosa María, me recomendó meter el pie en hielo, y revisarlo. Fui a las emergencias del IMSS y pues la verdad, en mi clínica me atendieron muy bien, así que bueno, pues reposo por esguince grado 1, y eso debido a que no se inflamó más gracias a Rosa María. Total que tenía que reposar. Una semana en reposo para retomar el entrenamiento. Eran mediados de julio, esperaba que no fuera tan terrible. 

A la siguiente semana me sentía mucho mejor, y decidí empezar terapia, nadar para no perder condición y mejorar movilidad. Alberca, googles un poco sueltos con un poco de agua en el ojo, ajuste, listo, a nadar. Muy bien todo, pensé que podía aún recuperarme a tiempo, ya estabamos a mediados de julio.
De repente, dos días después, a punto de salir de viaje con mis padres, a dos semanas de mi esguince, va la segunda causa de que no haya corrido. Una conjuntivitis. Ojo rojo, lagaña y gotas antibióticas con desinflamatorio a la mano, imaginen la conclusión de mi mente automedicante. Mi pie estaba en franca recuperación y el ojo nunca me había puesto mayor problema —con excepción de mi miopía elevada y astigmatismo rampante, pero uno vive con eso— así que la automedicación pareció funcionar un día. Al siguiente, mi ojo amaneció peor. Y al tercero, ya de viaje, igual y cada vez más rojo. Ningunas ganas de retomar algún entrenamiento con el ojo rojo como inyectado en sangre, sensible a la luz y lagrimeando.
De emergencia con una oftalmóloga en Querétaro —un médico general en Dolores Hidalgo me había dicho que debía tomar antibióticos orales... lo cual no creí, afortunadamente— me revisó y diagnosticó: tiene conjuntivitis viral, el desinflamatorio que se puso alarga la enfermedad, no hay nada más que desinflamatorio no esteroideo y gotas lubricantes. Triste mi caso. Cuando ya debía estar retomando mi entrenamiento, ahora no podía andar trotando alegremente. Les arruiné el paseo a mis padres, yo de malas y sin ganas de estar al sol en el viaje, mi madre me tuvo que prestar sus lentes oscuros para el camino, lindo cuadro debía ser ese...


Nada que hacer, y de regreso en la Ciudad de México, después de estar un día ya poniéndome compresas frías, me fui al Hospital de la ceguera, en Coyoacán, donde confirmaron el diagnóstico, pero sorpresa, ya tenía unas seudomembranas formadas por la inflamación, hay que quitarlas. Gotas de anestésico, pinzas, y mientras explicaba la oftalmóloga a su séquito de aprendices de especialidad a quitar las membranas de los párpados, ella procedía diligentemente. Es la primera vez que siento un estigma. Literalmente lloré sangre. Eficaz, rápido el procedimiento, después de cuatro horas de espera fue bueno. ¿Qué sigue? le pregunté a la doctora, nada, descanso y cambio de desinflamatorio. Listo. Al otro día mi enrojecimiento empezó a disminuir.
Otra semana casi perdida de entrenamiento. Después, un viaje que ya tenía programado, mismo que, aunque ya estaba mejor del tobillo, no pude trotar prácticamente nada. Ya a principios de agosto, de regreso en la Ciudad, empecé a trotar de nuevo. Primero 3 km, alternando trote y caminata, otro día, 5 km, igual alternando, una carrera de 5 km, una trotando de 7 km. Y una de 10 km, el 16 de agosto. Ya en ese momento supe que no podría correr un maratón el 30 de agosto, hoy. No recuperaría el nivel. 
Regresando a este viernes pasado, cuando fui por mi paquete de maratonista, la verdad me sentía muy frustrado. Llamé a mi madre, la única persona a quien le puedes decir y explicar que te sientes triste sin tapujos, aunque sea por una tontería como esa de que no terminarás lo que te habías propuesto. Si, esa era la sensación. Aún la tengo, pero hoy, que salí a ver correr a la gente, a tristear por no estar ahí corriendo con ellos, descubrí algo de mí que no sabía. 
Al estar hoy decidiendo si salía a trotar y correr los últimos kilómetros del Maratón, para entrar en CU, decidí que no sería justo para mi el hacerlo. Sería una traición a mi mismo el trotar y cruzar una meta que no me merecía. Y mucho menos ponerme una camiseta que no había sudado, que no me merecia. Así que decidí ir a trotar al gimnasio, en la caminadora, pero antes quería ir a ver los primeros maratonistas en llegar al km 30 más o menos, así que me fui a verlos, en la banqueta, observando a la gente aplaudiendo, los corredores de medio maratón ocultando a los que iban sufriendo, a los del maratón, que enseguida se distinguían de los otros por su cara, la extenuación, y la determinación de llegar. 
Me regresé a la caminadora. Hoy no estaba para tratar de mezclarme con ellos. Sin embargo, al estar trotando, descubrí algo sobre el por qué corro.
Siempre he dicho y pensado que corro para comer. Es decir, que corro para poder comer todo lo que me gusta, sin dietas, y disfrutar las delicias que guisa mi madre, la gente, el mundo. La comida para mi es una de las cosas más importantes de mi vida, a eso me dedico, a su historia, a su historia vista desde la ciencia. Sin embargo, hoy descubrí que esa ya no es la única razón por la que corro. 
Hoy en la caminadora descubrí que corro porque amo correr. Amo la sensación de salir, sentir el viento en la cara, descubrir la Ciudad de México, verla desde ese punto de vista que pocos tenemos, que solo quienes corremos la hemos visto así. Correr en la ciudad, en sus calles, sorteando obstáculos, carros, baches, banquetas desiguales, de día o de noche, conoces tu ciudad. Te concentras en ella. La vives, la sudas. Y lo mismo pasa cuando viajas. Correr en lugares que no conoces, o que quizás pensabas que los conocías, te da una perspectiva de la vida de esos lugares. Y si, me di cuenta que odio correr en la caminadora. Siento que es un castigo. Por eso no me gusta el gimnasio, su artificialidad. No es que la ciudad sea natural, pero correr si lo es. Correr es para ser libre, para estar tú y la ciudad, el camino variable, cambiante, nunca el mismo. 




Eso es correr. Quizás por eso no correr el maratón el día de hoy fue bueno. Me enseñó que amo lo que hago así nomás porque si. Sin razón. Solo por ser libre. Por conocer el camino. 
Correré un maratón este año. O por lo menos entrenaré para ello. No importa que exista algún evento al cual inscribirme. Quiero hacerlo. Me lo debo. Y el día que corra los más de 42 km, ese día usaré mi playera del maratón que no corrí. 

Comentarios

  1. ¡Hola! Comenzaré con la frase trillada: comprendo cómo te sientes yo me sentía igual, pero la realidad es que así es, también tuvé que interrumpir mi entrenamiento por diversas causas, me quedé en el Km. 28, he tenido esta sensación de tristeza por no asistir a la cita que tenía conmigo, estaba pensando en ir al maratón y someter a mi cuerpo a que llegará a la meta, pero recapacité y decidí no hacerle esto a mi cuerpo, me dí cuenta que una medalla es simbólica, que aunque hubiera ido y regresar con ella, sabría que no era lo que quería, no hay nada más satisfactorio que terminar tu último entrenamiento en la fiesta del maratón, la tristeza en lo personal para mí fue no poder completar mi entrenamiento, pero como dices no esta mal la idea de prepararse para un maratón de nuevo de manera personal antes de concluir este 2015. La satisfacción de correr es inexplicable, gracias por compartir tu experiencia. ¡Saludos!

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    1. Gracias, esa es la idea, creo que uno aprende cosas aún cuando parece que todo es malo... y gracias por tus palabras.

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